Derej ha Shem
Centro de Estudios de Judaísmo Nazareno
La Tradición Cristiana acerca del origen Judío de la Iglesia
Por Francisco Martínez
Del libro: “La Salvación viene de los Judíos”
Derej ha Shem
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Las fuentes patrísticas más antiguas afirman que la Iglesia fue en sus orígenes esencialmente judía. Eusebio de Cesárea (263 - 339 E.C.) en su “Historia Eclesiástica” nos legó una lista de los Obispos, o nasim, que guiaron a comunidad judía nazarena de Jerusalém: “La cronología de los Obispos de Jerusalém que a continuación presento la he encontrado preservada por escrito. La tradición dice que sus vidas fueron breves. Pero he logrado extraer mucha información de dichos escritos. Hubo en Jerusalém una sucesión de quince Obispos hasta la rebelión de los judíos ocurrida durante (el Emperador Romano) Adriano. Todos ellos eran de descendencia hebrea, habían recibido el conocimiento del Mesías con pureza. Así que fueron aprobados por aquellos que son capaces de juzgar en esos asuntos y fueron considerados dignos del episcopado. Sus congregaciones enteras consistían en hebreos creyentes, que procedían desde los días de los Apóstoles (Shaliajim) hasta la insurrección acaecida en ese entonces; en la cual los judíos se habían de nuevo rebelado contra los romanos, siendo conquistados después de varias batallas. Los Obispos de la circuncisión cesaron de existir en ese tiempo. Es apropiado, por tanto, dar una lista de sus nombres desde el principio: El primero fue Jacob, el hermano del Señor, el segundo Simeón, el tercero Justo (Tzadik), el cuarto Saqueo, el quinto Tobías, el sexto Benjamín, el séptimo Juan, el octavo Matías, el noveno Felipe, el décimo Séneca, el decimoprimero Justo, el decimosegundo Leví, el decimotercero Efrén, el decimocuarto José, decimoquinto Judas. Estos fueron los Obispos que vivieron desde la edad de los Apóstoles hasta el periodo referido, todos ellos pertenecieron a la circuncisión”.
Epifanio, Obispo de Salamina en Chipre (315 - 403 E.C.), relata que en su época aun existían en Judea judíos nazarenos descendientes de aquellos que huyeron a la ciudad de Pela, en la Decápolis, cuando el ejército romano se presentó a las puertas de la ciudad de Jerusalém: “Estos herejes... no se denominan a sí mismos cristianos sino nazarenos; toman este nombre del lugar Nazaret. En realidad, se mantienen completamente judíos y nada más. No solo usan el Nuevo Testamento sino también el Antiguo Testamento como hacen los judíos. No rechazan la Legislación y los Profetas y los Escritos, los cuales son llamados la Biblia (Tanaj) por los judíos. No son demasiado escrupulosos en las otras cosas, pero viven de acuerdo con la enseñanza de la Ley (Toráh) como sucede con los judíos; No hay dificultad en encontrarlos conviviendo con ellos, aparte de que creen en el Mesías. Aceptan igualmente la resurrección de los muertos y que todo tiene su origen en un Creador. Proclaman un solo Dios y a su hijo Jesucristo. Dominan con gran maestría la lengua hebrea. Leen en hebreo la Ley entera y los Profetas y los llamados Escritos; con ello hago mención de los libros poéticos, Reyes, Crónicas y Esther y todos los demás, como por supuesto, ocurre con los judíos. Solamente en este aspecto difieren de los judíos. De los cristianos se diferencian en su conocimiento de la Ley, en la aceptación de la circuncisión, el Shabat y otras cosas. No puedo decir que han caído en el pecado… de los seguidores de Cerinto y Merinto, quienes creen que (el Mesías) es solo un hombre o algo semejante. Declaran enfáticamente, de acuerdo a la verdad, que ‘Él nació del Espíritu Santo y María’”. Epifanio también escribió con respecto a la hebraicidad del libro de Mateo: “Esta en poder de los nazarenos el Evangelio según Mateo, completísimo en hebreo. Pues entre ellos se conserva este. Sin duda, tal como fue compuesto originariamente, en caracteres hebreos. No sé si han suprimido las genealogías desde Abraham hasta Cristo.”
Jerónimo de Estridón (345 - 420 E.C.), en sus crónicas expresa que existía una comunidad judía nazarena en la ciudad de Berea, la actual Alepo de Siria, heredera espiritual de la comunidad fundada por el rabí Shaúl ha Tarsí y Silas (Hch. 17). Ese grupo todavía conservaba el Mateo hebreo: “Aun el texto hebreo se conserva hasta hoy en la biblioteca de Cesárea que el mártir Pánfilio formó con muchísimo empeño. También a mí, los nazarenos que viven en Berea, ciudad de Siria, y que se sirven de este libro, me proporcionaron ocasión para copiarlo, En el cual es de notar que, siempre que el evangelista, ya por cuenta propia, ya poniéndola en boca del Salvador, aduce testimonios del Antiguo Testamento, no sigue la interpretación de la Septuaginta, sino la antigua hebraica.”
La erudición cristiana moderna también coincide en el origen judío del cristianismo. El historiador metodista de la Iglesia, Dr. Justo L. González escribió con respecto a los primeros creyentes: “Los primeros cristianos no creían pertenecer a una nueva religión. Ellos habían sido judíos toda su vida, y continuaban siéndolo. Esto es cierto, no sólo de Pedro y los doce, sino también de los siete, y hasta del mismo Pablo. Su fe no consistía en una negación del judaísmo, sino que consistía más bien en la convicción de que la edad mesiánica, tan esperada por el pueblo hebreo, había llegado. Según Pablo lo expresa a los judíos en Roma hacia el final de su carrera, “Por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena” (Hechos 28:20). Es decir, que la razón por la que Pablo y los demás cristianos son perseguidos no es porque se opongan al judaísmo, sino porque creen y predican que en Jesús se han cumplido las promesas hechas a Israel... Ellos eran judíos, y la principal diferencia que les separaba del resto del judaísmo era que creían que el Mesías había venido, mientras que los demás judíos seguían aguardando su advenimiento. Su mensaje a los judíos no era por tanto que tenían que dejar de ser judíos, sino al contrario, que ahora que la edad mesiánica se había inaugurado debían ser mejores judíos. De igual modo, la primera predicación a los gentiles no fue una invitación a aceptar una nueva religión recién creada, sino que fue la invitación a hacerse partícipes de las promesas hechas a Abraham y su descendencia. A los gentiles se les invitaba a hacerse hijos de Abraham según la fe, ya que no podían serlo según la carne. Y la razón por la que esta invitación fue posible era que desde tiempos de los profetas el judaísmo había creído que con el advenimiento del Mesías todas las naciones serían traídas a Sion. Para aquellos cristianos, el judaísmo no era una religión rival del cristianismo, sino la misma religión, aun cuando muchos judíos no vieran que ya las profecías se habían cumplido.”
Alexander Wedderburn remarca el mismo hecho: “La fe de los primeros cristianos no los hizo menos judíos, ya que ellos conceptuaban que Jesús era el cumplimiento de las promesas hechas a Israel. Tampoco consideraron que esa declaración cambiaría su status como judíos ante los ojos de sus compatriotas, de la misma manera que la lealtad de la comunidad de Qumran al Maestro de Justicia y su creencia en el papel de este dentro de los propósitos del Eterno sembraría dudas sobre la judaidad de sus miembros.”
Resulta imposible negar la presencia del alma israelita en las iglesias cristianas más antiguas, concretamente las iglesias ortodoxas orientales y la Iglesia Católica Romana. En el caso de las iglesias protestantes es menos tangible, pero subsiste ya sea en su forma, ya en su contenido. La herencia cultural judía ha sido subrayada por la mayoría de los historiadores modernos de la Iglesia y del judaísmo. Al respecto Paul Johnson puntualizó: “Los cristianos tomaron del judaísmo el Pentateuco (incluyendo su moral y ética), los libros de los profetas y de la sabiduría y hasta los apócrifos que los judíos mismos estaban esperando canonizar. Tomaron la liturgia, porque aun la eucaristía tiene raíces judías. Tomaron la noción del día del Shabat y los días festivos, el incienso y las lámparas ardientes, los salmos, los himnos y la música coral, las vestiduras y oraciones, los sacerdotes y mártires, la lectura de los libros sagrados y la institución de la Sinagoga (transformada en iglesia). Tomaron la noción de la autoridad clerical (la cual los judíos pronto modificarían) en la forma de un sumo sacerdote, que los cristianos transformaron en sus patriarcas y papas. No hay nada en la Iglesia primitiva, aparte de su cristología, que no haya estado prefigurado en el judaísmo.”